Mis películas favoritas 4: El Hombre que pudo reinar

Basada en un relato de Rudyard Kipling y dirigida por John Huston, El Hombre que pudo Reinar es una de esas películas inmortales, intemporales. La exaltación de la aventura, la amistad y la camaradería que se desprende de la historia de los incomparables Peachy Carnahan (Michael Caine) y Daniel Dravot (Sean Connery) no puede envejecer.
Carnahan y Dravot son dos sinvergüenzas redomados: timadores, irrespondables y calaveras, viven sus correrías durante la ocupación británica de la India, y cuya idea definitiva para darse la gran vida es convertirse en reyes de Kafiristán, un pequeño reino perdido más allá de las montañas. Así lo pactan y firman ante su viejo conocido Rudyard Kipling (Christopher Plummer), quien, años después, será testigo del final trágico de la aventura de ambos, como lo fue de su comienzo. Porque en Kafiristán, después de un sinfínd e aventuras, Dravot y Carnahan conseguirán su sueño... pero a un terrible precio.
El Hombre que pudo Reinar se aleja bastante (aunque no en espíritu) del relato original de Kipling (por ejemplo, en la brillante idea de incluir al propio Kipling como personaje, hermano masón de ambos protagonistas, y testigo del inicio y el final de su aventura definitiva), como no podía ser menos, si hablamos de ese ser humano indómito, fascinante e imperfecto que fue John Huston, responsable de películas como El Halcón Maltés, El Tesoro de Sierra Madre o El Honor de los Prizzi, por nombrar solamente mis favoritas. Es una película de aventuras clásica, en la que el espectador simpatiza enseguida con Dravot y Carnahan (nadie como Caine y Connery para dar vida y voz a semejantes personajes), se ríe con sus peripecias y se emociona con el trágico final (homenajeado por Spielberg, salvando todas las distancias, en Indiana Jones en el Templo Maldito)... en suma, un placer de principio a fin, una película de las que ya no se hacen.