Estos "hombres de empresa" (¿por qué demonios no se molestan en traducir el título?) son impecables, trajeados, elegantes. Viven en lujosas mansiones, tienen familia, manejan pasta gansa y se sienten seguros y satisfechos. Nunca pensarían que la guadaña del despido fulminante podría alcanzarles a ellos… hasta que sucede exactamente eso. Y entonces, tanto el ejecutivo joven y triunfador Bobby (encarnado por Ben Affleck y su inseparable mandíbula) como el chapado a la antigua y cincuentón Phil (un efectivo Chris Cooper) se sienten como si alguien hubiera vuelto el mundo del revés. Todo desaparece a velocidad de vértigo ante ellos, nada les queda más que la clásica caja de cartón con su recuerdos y fotos familiares, quizá una palmadita en la espalda… y nada más. Su vida ha cambiado para siempre de repente.
El film escrito y dirigido por John Wells sigue a los dos personajes mencionados (especialmente al de Affleck), con el añadido de Gene (el siempre hierático Tommy Lee Jones), un empresario al que aún le queda algo de ética, que convive con la superejecutiva de recursos humanos de su empresa, Sally (Maria Bello, sosa como casi siempre). Quizá el principal problema del film es que cuesta empatizar con los protagonistas, sobre todo con el Bobby de Affleck, presentado (supongo que de forma no intencionada) como un imbécil integral que no quiere darse cuenta de lo que acaba de sucederle hasta que no le queda más remedio que aceptarlo, y también aceptar la única oferta de empleo que le llega, que además proviene de su cuñado, interpretado por un avejentadísimo Kevin Costner. Me recordó al paleto cerril al que daba vida Mel Gibson en Cuando el Río Crece.
La tesis que defiende el film, de forma acertada pese a sus carencias, es que quienes despiden también pueden verse algún día en la calle. Pero, pese a algún que otro destello de lenguaje visual (Phil de pie, observando un espacio de trabajo desierto a su alrededor, por ejemplo), el film de Wells no acaba de sacarle partido a su idea, y está lejos de, por ejemplo, la crudeza despiadada de Glengarry Glenn Ross. Y el final, con un cierto destello de esperanza, no acaba de convencer. Al guión le falta explicación, y además en algunos momentos los caminos de Phil y Bobby son un tanto redundantes.
Y tampoco es que el film diga nada excesivamente original acerca del salvaje y despiadado mundo empresarial, donde solamente importan las cifras, donde cada fusión empresarial representa cientos de despidos y cientos de millones en beneficios para unos pocos. Para eso, mejor acercarse a Inside Job, que no necesita recurrir a la ficción, porque con la realidad es más que suficiente.
En resumen; muy poca cosa.
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