En un momento en el que se avanza en la demolición lenta pero segura del papel del estado en todos los sentidos (en EE.UU. y aquí, en nuestro país, también), mantiene su vigencia la excepcional Doce hombres sin piedad, obra de Reginald Rose, estrenada en 1954 en la CBS y adaptada para teatro después, que fue objeto de una inolvidable versión a cargo de Sidney Lumet con Henry Fonda en el papel protagonista, el del Jurado número 8. Amén de una versión televisiva de William Friedkin con Jack Lemmon, George C. Scott y otros conocidos actores en los papeles principales y sus innumerables representaciones en teatro, existe otra célebre versión: la realizada en 1965 por Gustavo Pérez Puig para el programa Estudio 1 de TVE.
José María Rodero (el irreprimible Jurado número 8), acompañado de José Bódalo, Manuel Alexandre, Sancho Gracia, Jesús Puente, Pedro Osinaga, Luis Prendes, Antonio Casal, Carlos Lemos, Ismael Merlo, Fernando Delgado y Rafael Alonso. Ahí es nada. De lo mejorcito del panorama interpretativo español de todas las épocas, en cine, en teatro, en televisión (cuando en la tele se producían estas cosas, no como ahora) dando vida a los agobiados miembros del jurado que delibera sobre un caso de asesinato. Todo parece cantado, casi todos los miembros opinan que el acusado es culpable. El tesón de uno de ellos hará que, poco a poco, todos cambien de parecer al darse cuenta de que sus prejuicios han estado a punto de hacerles cometer un terrible error.
De las tres versiones, desde luego la menos lograda es la más reciente. El trabajo de realización de William Friedkin es balbuceante y poco adecuado, y sólo la enorme profesionalidad de su reparto salva el resultado. Lejos queda esta versión de la impecable labor de Lumet o de la estupenda puesta en imagen de Pérez Puig, siempre atentos tanto al actor que habla como a lo que sucede a su alrededor. En todas ellas brillan los actores, dando vida a un conjunto de personajes que representa a toda una sociedad.
Y en todas sus versiones, la obra enseña una clara lección. No tiene más razón el que más grita, ni el más fuerte, ni el que primero habla. Tiene la razón quien es capaz de argumentar sus motivos, y no quien los impone como cosa hecha. Lo que parece evidente no siempre es cierto, a nada que te pares un poco a pensarlo o a analizarlo con calma, sin dejarte llevar por los prejuicios, los intereses, o las opiniones ajenas. Y se defiende la existencia de un sistema que garantice que todas las personas tengan derecho a un juicio justo.
En estos tiempos en los que tantos rebuznos (con perdón para los burros) se alzan en contra del estado y de su papel regulador en todos los ámbitos, y tantos desaprensivos con cargo y corbata se empeñan en que comulguemos con ruedas de molino y no veamos la realidad de lo que hacen y nos piden no sólo que callemos, sino que además les agradezcamos sus desmanes... repasar de cuando en cuando obras de arte como Doce Hombres sin piedad, en cualquiera de sus versiones, y maravillarnos ante ellas, es más necesario que nunca.
Doce hombres sin piedad, la versión de Estudio 1, aquí. Una parodia de José Mota, aquí.
2 comentarios:
La de Mikhalkov de 2007:
http://www.youtube.com/watch?v=90pjONeH7k0
Gracias por el comentario! No sabía nada de esta otra versión!
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