Basada en una obra de teatro de David Ives, que coescribe la adaptación justo al propio director Roman Polansky, La Venus de las pieles plantea un divertido y en ocasiones retorcido juego de poder entre un director de teatro (el cual recuerda de manera totalmente intencionada al propio director de La semilla del diablo) y una actriz que aspira a protagonizar su obra.
Emmanuele Seigner y Mathieu Amalric se dejan envolver por la historia original que el director planea llevar a escena: la del escritor Leopold von Sacher-Masoch. El juego de poder, a base de gestos y palabras, bascula continuamente de un personaje a otro, de la realidad a la ficción, del teatro a la vida, en un interesantísimo artificio narrativo que Polansky arma con mimbres tan escasos como efectivos: una buena historia, dos actores que bordan sus papeles, y una banda sonora de Alexandre Desplat que subraya los momentos más interesantes del relato con estruendo circense, como subrayando la simulación que recorre toda la historia.
Aguda, inteligente, inquietante y brillante a partes iguales, humilde en medios pero rica en talentos, La Venus de las pieles demuestra que el ya octogenario Polansky sigue atesorando buen cine en sus venas.
En resumen: muy buena. Y vista en un teatro, además. Muy apropiado.
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