No sé si mi vida ha sido un éxito o un fracaso. Pero como no tengo ninguna prisa por convertirme en una de las dos cosas y dejar de ser la otra, y puesto que me tomo simplemente las cosas tal como vienen, me sobra mucho tiempo para disfrutar de la vida.
Con esta declaración de principios arranca Harpo habla, la divertidísima autobiografía (escrita con ayuda de Rowland Barber) del célebre Hermano Marx mudo (en escena), cuyo verdadero nombre era Adolph, y que nació en un barrio judío de Nueva York en 1893. El libro cuenta la infancia de escasez y callejeos de los hermanos, familia numerosa en una casa siempre rebosante de parientes. La formidable Minnie, matriarca del clan, está decidida desde el principio a que sus retoños triunfen en el mundo del espectáculo… y vaya si lo consiguió.
Con un estilo de lo más suelto y agradable de leer, siempre salpicado de un contagioso humor, Harpo va desgranando un sinfín de anécdotas de su vida: su desastroso debut teatral; las giras con sus hermanos por los teatruchos de vodevil de todo Estados Unidos; el triunfo de los Marx en el teatro, durante los felices años 20; el crack del 29, que termina con una vida de despilfarro y lujo continuo de Harpo y sus amigos de la tertulia del hotel Algonquin; la génesis de su célebre personaje, paso a paso: el harpa (que le apasiona desde joven), la gabardina, la peluca, la bocina…
Después llega la consolidación de la fama de los Marx cuando filman sus primeras películas, tema sobre el que Harpo pasa bastante de puntillas; el fascinante viaje del actor para actuar en la Rusia de Stalin, antes de la Segunda Guerra Mundial; y su conversión en hombre de familia, junto a la actriz Susan Fleming, con quien adopta cuatro hijos y forma una familia feliz y poco convencional, exactamente como la suya. No quedan fuera de la historia momentos tristes como la muerte de su madre, o de su amigo, el crítico teatral Aleck Woolcott.
Igual que disfruté en su momento con la biografía del hermano de Adolph, Julius (no creo que tenga que decirle a nadie por qué alias conoció, conoce y conocerá el mundo a Julius Marx), lo he pasado estupendamente con las hilarantes aventuras de Harpo. A diferencia de la ironía y el ingenio por un lado, y la marrullería y el aire barrionajero por otro, de Groucho y Chico, Harpo siempre apostaba por el humor absurdo, la payasada sin más sentido que el de reir y hacer reir: mucho del Harpo que atormentaba a Margaret Dumont o perseguía bocina en ristre a las coristas de piernas largas era simplemente la personalidad del verdadero Adolph, de lo cual da cumplida cuenta este libro.
Una lectura amena, y de lo más recomendable.
2 comentarios:
Pues estaría bien leerla, y saber lo que dicen de su tío abuelo Karl.
Sólo algún que otro comentario de pasada, en particular durante la visita a Rusia...
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