Fallecido Goseki Kojima, Kazuo Koike vuelve por sus fueros treinta años después del final de la obra original, y recluta para el dibujo a Hideki Mori (Bokko), que realiza una gran labor, con un estilo clásico y dinámico que, pese a no alcanzar la excelencia de Kojima, desde luego cumple con su misión y raya a gran altura.
La continuación de uno de esos mangas tan célebres como imprescindibles arranca exactamente donde terminaba el original. El mecanismo de inicio no puede ser más sencillo. El samurái Togo Shigekata (una figura real convertida en ser de ficción para los propósitos de Koike) sustituye a Itto Ogami como figura paterna del pequeño Daigoro, que se convierte ahora en protagonista absoluto. Ambos personajes se encuentran en medio de las intrigas que rodean la definitiva desintegración del mundo que conocían, un proceso que tan bien simbolizaba la serie original a través del enfrentamiento entre los corruptos Yagyu y el verdugo rebelde Ogami, encarnación viva del ideal del bushido.
Es difícil que la continuación iguale, no digamos supere, la excelencia de la serie original. Pero el tebeo se lee de un tirón, ayudado por la ágil narrativa de Koike y la excelente puesta en imágenes de Mori. Y no se puede negar que es un placer volver a disfrutar de la presencia del indomable Daigoro, y regresar al Japón feudal en blanco y negro de Koike.
En resumen: el hijo de un lobo… es un lobo.
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