Es un verdadero placer ver un thriller hecho con un guion sólido, una ambientación a la que se le exprimen todas sus posibilidades, un reparto bien conjuntado y una carga de tensión que se va incrementando a lo largo de su ajustado metraje para terminar en un desenlace agridulce y revelador. Eso es La isla mínima, ni más ni menos. Uno de los grandes éxitos del más reciente cine español, que cosecha premios por donde pasa, y que se disfruta de principio a fin.
Alberto Rodríguez, quien ya triunfó con su anterior Grupo 7, vuelve al género negro con esta historia ambientada en la España de los inicios de los ochenta, cuando la sombra de la dictadura aún está muy presente, y contrapone a dos policías muy diferentes: el joven idealista (Raúl Arévalo) y el irónico veterano "quemado" y de vuelta de todo (Javier Gutiérrez), que investigan la desaparición de dos adolescentes en una localidad andaluza donde los claroscuros son más oscuros que claros, y donde cuando cae la noche, puede suceder cualquier cosa.
Además, como buena pieza de género negro, La isla mínima no desaprovecha la oportunidad de colocar en su trama acertadas cargas de profundidad, en particular en lo que afecta al pasado de algunos personajes y a la relación de los poderosos con la justicia y las fuerzas del orden, por no hablar del estupendo personaje del periodista buitre (de "El Caso", ni más ni menos…). Y demuestra que el buen cine negro no tiene nacionalidad. Solo hace falta talento.
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