
El libro engancha gracias precisamente a esa manera de narrar. Quizá el resultado sería aún más magnético con más implicación del "personaje periodista", el propio narrador, que en la mayoría de los casos apenas interrumpe el discurso de sus entrevistados. Pero el recurso elegido por Brooks funciona, y se disfruta la lectura de principio a fin.
La mejor aportación del libro es lo perturbadoramente realistas que resultan algunas ideas que expone: por ejemplo, la extensión de la infección a través de órganos contaminados obtenidos en el mercado ilegal de transplantes, o el secretismo de muchos países respecto al problema, que contribuye a su rápida y abrumadora extensión por todo el globo. También resulta impactante el hecho de que el final sea abierto, porque la infección solamente es contenida, no erradicada. Brooks conjura imágenes de lo más sugerentes: esa soldado perdida en un páramo deshabitado, rodeada de zombis, que sobrevive milagrosamente; esos zombis que caminan por el fondo del mar sin problemas porque no necesitan respirar; las terribles batallas contra imparables legiones de no-muertos; el japonés cegado por la explosión atómica en Nagasaki, que se convierte en un cazador de zombis de lo más peculiar...
En resumidas cuentas, un exponente más del ubicuo "fenómeno zombi", que mes tras mes aporta una ingente cantidad de productos al mundo de la ficción. Esta novela, en particular, no está nada mal.
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